René Descartes
(La Haye, Francia, 1596 - Estocolmo, Suecia,
1650) Filósofo y matemático francés. Después del esplendor de la antigua
filosofía griega y del apogeo y crisis de la escolástica en la Europa
medieval, los nuevos aires del Renacimiento y la revolución científica
que lo acompañó darían lugar, en el siglo XVII, al nacimiento de la
filosofía moderna.
El primero de los ismos filosóficos de la
modernidad fue el racionalismo; Descartes, su iniciador, se propuso
hacer tabla rasa de la tradición y construir un nuevo edificio sobre la
base de la razón y con la eficaz metodología de las matemáticas. Su
«duda metódica» no cuestionó a Dios, sino todo lo contrario; sin
embargo, al igual que Galileo, hubo de sufrir la persecución a causa de
sus ideas.
La filosofía de Descartes
Descartes es considerado como el iniciador de la
filosofía racionalista moderna por su planteamiento y resolución del
problema de hallar un fundamento del conocimiento que garantice su
certeza, y como el filósofo que supone el punto de ruptura definitivo
con la escolástica. En el Discurso del método (1637), Descartes
manifestó que su proyecto de elaborar una doctrina basada en principios
totalmente nuevos procedía del desencanto ante las enseñanzas
filosóficas que había recibido.
Convencido de que la realidad entera respondía a
un orden racional, su propósito era crear un método que hiciera posible
alcanzar en todo el ámbito del conocimiento la misma certidumbre que
proporcionan en su campo la aritmética y la geometría. Su método,
expuesto en el Discurso, se compone de cuatro preceptos o
procedimientos: no aceptar como verdadero nada de lo que no se tenga
absoluta certeza de que lo es; descomponer cada problema en sus partes
mínimas; ir de lo más comprensible a lo más complejo; y, por último,
revisar por completo el proceso para tener la seguridad de que no hay
ninguna omisión.
René Descartes
El sistema utilizado por Descartes para cumplir
el primer precepto y alcanzar la certeza es «la duda metódica».
Siguiendo este sistema, Descartes pone en tela de juicio todos sus
conocimientos adquiridos o heredados, el testimonio de los sentidos e
incluso su propia existencia y la del mundo. Ahora bien, en toda duda
hay algo de lo que no podemos dudar: de la misma duda. Dicho de otro
modo, no podemos dudar de que estamos dudando. Llegamos así a una
primera certeza absoluta y evidente que podemos aceptar como verdadera:
dudamos.
Pienso, luego existo
La duda, razona entonces Descartes, es un
pensamiento: dudar es pensar. Ahora bien, no es posible pensar sin
existir. La suspensión de cualquier verdad concreta, la misma duda, es
un acto de pensamiento que implica inmediatamente la existencia del "yo"
pensante. De ahí su célebre formulación: pienso, luego existo (cogito, ergo sum).
Por lo tanto, podemos estar firmemente seguros de nuestro pensamiento y
de nuestra existencia. Existimos y somos una sustancia pensante,
espiritual.
A partir de ello elabora Descartes toda su
filosofía. Dado que no puede confiar en las cosas, cuya existencia aún
no ha podido demostrar, Descartes intenta partir del pensamiento, cuya
existencia ya ha sido demostrada. Aunque pueda referirse al exterior, el
pensamiento no se compone de cosas, sino de ideas sobre las cosas. La
cuestión que se plantea es la de si hay en nuestro pensamiento alguna
idea o representación que podamos percibir con la misma «claridad» y
«distinción» (los dos criterios cartesianos de certeza) con la que nos
percibimos como sujetos pensantes.
Clases de ideas
Descartes pasa entonces a revisar todos los
conocimientos que previamente había descartado al comienzo de su
búsqueda. Y al reconsiderarlos observa que las representaciones de
nuestro pensamiento son de tres clases: ideas «innatas», como las de
belleza o justicia; ideas «adventicias», que proceden de las cosas
exteriores, como las de estrella o caballo; e ideas « ficticias», que
son meras creaciones de nuestra fantasía, como por ejemplo los monstruos
de la mitología.
Las ideas «ficticias», mera suma o combinación
de otras ideas, no pueden obviamente servir de asidero. Y respecto a las
ideas «adventicias», originadas por nuestra experiencia de las cosas
exteriores, es preciso obrar con cautela, ya que no estamos seguros de
que las cosas exteriores existan. Podría ocurrir, dice Descartes, que
los conocimientos «adventicios», que consideramos correspondientes a
impresiones de cosas que realmente existen fuera de nosotros, hubieran
sido provocados por un «genio maligno» que quisiera engañarnos. O que lo
que nos parece la realidad no sea más que una ilusión, un sueño del que
no hemos despertado.
Del Yo a Dios
Pero al examinar las ideas «innatas», sin
correlato exterior sensible, encontramos en nosotros una idea muy
singular, porque está completamente alejada de lo que somos: la idea de
Dios, de un ser supremo infinito, eterno, inmutable, perfecto. Los seres
humanos, finitos e imperfectos, pueden formar ideas como la de
"triángulo" o "justicia". Pero la idea de un Dios infinito y perfecto no
puede nacer de un individuo finito e imperfecto: necesariamente ha sido
colocada en la mente de los hombres por la misma Providencia. Por
consiguiente, Dios existe; y siendo como es un ser perfectísimo, no
puede engañarse ni engañarnos, ni permitir la existencia de un «genio
maligno» que nos engañe, haciéndonos creer que es real un mundo que no
existe. El mundo, por lo tanto, también existe. La existencia de Dios
garantiza así la posibilidad de un conocimiento verdadero.
Esta demostración de la existencia de Dios
constituye una variante del argumento ontológico empleado ya en el siglo
XII por San Anselmo de Canterbury, y fue duramente atacada por los
adversarios de Descartes, que lo acusaron de caer en un círculo vicioso:
para demostrar la existencia de Dios y así garantizar el conocimiento
del mundo exterior se utilizan los criterios de claridad y distinción,
pero la fiabilidad de tales criterios se justifica a su vez por la
existencia de Dios. Tal crítica apunta no sólo a la validez o invalidez
del argumento, sino también al hecho de que Descartes no parece aplicar
en este punto su propia metodología.
Res cogitans y res extensa
Admitida la existencia del mundo exterior,
Descartes pasa a examinar cuál es la esencia de los seres. Introduce
aquí su concepto de sustancia, que define como aquello que «existe de
tal modo que sólo necesita de sí mismo para existir». Las sustancias se
manifiestan a través de sus modos y atributos. Los atributos son
propiedades o cualidades esenciales que revelan la determinación de la
sustancia, es decir, son aquellas propiedades sin las cuales una
sustancia dejaría de ser tal sustancia. Los modos, en cambio, no son propiedades o cualidades esenciales, sino meramente accidentales.
René Descartes
El atributo de los cuerpos es la extensión (un
cuerpo no puede carecer de extensión; si carece de ella no es un
cuerpo), y todas las demás determinaciones (color, forma, posición,
movimiento) son solamente modos. Y el atributo del espíritu es el
pensamiento, pues el espíritu «piensa siempre». Existe, por lo tanto,
una sustancia pensante (res cogitans), carente de extensión y cuyo atributo es el pensamiento, y una sustancia que compone los cuerpos físicos (res extensa),
cuyo atributo es la extensión, o, si se prefiere, la
tridimensionalidad, cuantitativamente mesurable en un espacio de tres
dimensiones. Ambas son irreductibles entre sí y totalmente separadas. Es
lo que se denomina el «dualismo» cartesiano.
En la medida en que la sustancia de la materia y
de los cuerpos es la extensión, y en que ésta es observable y
mesurable, ha de ser posible explicar sus movimientos y cambios mediante
leyes matemáticas. Ello conduce a la visión mecanicista de la
naturaleza: el universo es como una enorme máquina cuyo funcionamiento
podremos llegar a conocer mediante el estudio y descubrimiento de las
leyes matemáticas que lo rigen.
La comunicación de las sustancias
La separación radical entre materia y espíritu
es aplicada rigurosamente, en principio, a todos los seres. Así, los
animales no son más que máquinas muy complejas. Sin embargo, Descartes
hace una excepción cuando se trata del hombre. Dado que está compuesto
de cuerpo y alma, y siendo el cuerpo material y extenso (res extensa), y el alma espiritual y pensante (res cogitans), debería haber entre ellos una absoluta incomunicación.
No obstante, en el sistema cartesiano esto no
ocurre, sino que el alma y el cuerpo se comunican entre sí, no al modo
clásico, sino de una manera singular. El alma está asentada en la
glándula pineal, situada en el encéfalo, y desde allí rige al cuerpo
como «el nauta rige la nave», por medio de los espíritus animales,
sustancias intermedias entre espíritu y cuerpo a manera de finísimas
partículas de sangre, que transmiten al cuerpo las órdenes del alma. La
solución de Descartes no resultó satisfactoria, y el llamado problema de la comunicación de las sustancias sería largamente discutido por los filósofos posteriores.
Su influencia
Tanto por no haber definido satisfactoriamente
la noción de sustancia como por el franco dualismo establecido entre las
dos sustancias, Descartes planteó los problemas fundamentales de la
filosofía especulativa europea del siglo XVII. Entendido como sistema
estricto y cerrado, el cartesianismo no tuvo excesivos seguidores y
perdió su vigencia en pocas décadas. Sin embargo, la filosofía
cartesiana se convirtió en punto de referencia para gran número de
pensadores, unas veces para intentar resolver las contradicciones que
encerraba, como hicieron los pensadores racionalistas, y otras para
rebatirla frontalmente, como los empiristas.
Así, el filósofo alemán Gottfried Wilhelm Leibniz y el holandés Baruch Spinoza
establecieron formas de paralelismo psicofísico para explicar la
comunicación entre cuerpo y alma. Spinoza, de hecho, fue aún más lejos, y
afirmó que existía una sola sustancia, que englobaba en sí el orden de
las cosas y el de las ideas, y de la que la res cogitans y la res extensa no eran sino atributos, con lo que se llegaba al panteísmo.
Desde un punto de vista completamente opuesto, los empiristas británicos Thomas Hobbes y John Locke
negaron que la idea de una sustancia espiritual fuera demostrable;
afirmaron que no existían ideas innatas y que la filosofía debía
reducirse al terreno de lo conocido por la experiencia. La concepción
cartesiana de un universo mecanicista, en fin, influyó decisivamente en
la génesis de la física clásica, fundada por Newton.
No resulta exagerado afirmar, en suma, que si
bien Descartes no llegó a resolver muchos de los problemas que planteó,
tales problemas se convirtieron en cuestiones centrales de la filosofía
occidental. En este sentido, la filosofía moderna (racionalismo,
empirismo, idealismo, materialismo, fenomenología) puede considerarse
como un desarrollo o una reacción al cartesianismo.
http://www.biografiasyvidas.com/biografia/d/descartes.htm
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