lunes, 3 de febrero de 2014

El Mundo de Sofía

 

El mundo de Sofía

Jostein Gaarder

Índice
El jardín del Edén
El sombrero de copa
¿Qué es la filosofía?
Un ser extraño
Los mitos
La visión mítica del mundo
Los filósofos de la naturaleza
El proyecto de los filósofos
Los filósofos de la naturaleza
Tres filósofos de Mileto
Nada puede surgir de la nada
Todo fluye
Cuatro elementos
Algo de todo en todo
Demócrito
La teoría atómica
El destino
El destino
Ciencia de la historia y ciencia de la medicina
Sócrates
La filosofía en Atenas
El hombre en el centro
¿Quien era Sócrates?
El arte de conversar
Una voz divina
Un comodín en Atenas
Un conocimiento correcto conduce a acciones correctas
Atenas
Platón
La Academia de Platón
Lo eternamente verdadero, lo eternamente hermoso y lo eternamente bueno
El mundo de las ideas
El conocimiento seguro
Un alma inmortal
El camino que sube de la oscuridad de la caverna
El Estado filosófico
La Cabaña del Mayor
Aristóteles
Filósofo y científico
No hay ideas innatas
Las formas son las cualidades de las cosas
La causa final
Lógica
La escala de la naturaleza
Ética
Política
La mujer
El helenismo
El helenismo
Religión, filosofía y ciencia
Los cínicos
Los estoicos
Los epicúreos
El neoplatonismo
Misticismo
Las postales
Dos civilizaciones
Indoeuropeos
Los semitas
Israel
Jesús
Pablo
Credo
Post scriptum
La Edad Media
El Renacimiento
La época barroca
Descartes
Spinoza
Locke
Hume
Berkeley
Bjerkely
La Ilustración
Kant
El Romanticismo
Hegel
Kierkegaard
Marx
Darwin
Freud
Nuestra época
La fiesta en el jardín
Contrapunto
La gran explosión

El que no sabe llevar su contabilidad
por espacio de tres mil años
se queda como un ignorante en la oscuridad
y sólo vive al día
Goethe
 

El jardín del Edén

.... al fin y al cabo, algo tuvo que surgir en algún momento de
donde no había nada de nada...
Sofía Amundsen volvía a casa después del instituto. La primera
parte del camino la había hecho en compañía de Jorunn. Habían
hablado de robots. Jorunn opinaba que el cerebro humano era
como un sofisticado ordenador. Sofía no estaba muy segura de
estar de acuerdo. Un ser humano tenía que ser algo más que una
máquina.
Se habían despedido junto al hipermercado Sofía vivía al final de
una gran urbanización de chalets, y su camino al instituto, era casi
el doble que el de Jorunn. Era como si su casa se encontrara en el
fin del mundo, pues más allá de jardín no había ninguna casa más.
Allí comenzaba el espeso bosque.
Giró para meterse por el Camino del Trébol. Al final hacía una
brusca curva que solían llamar Curva del Capitán. Aquí sólo había
gente los sábados y los domingos.
Era uno de los primeros días de mayo. En algunos jardines se veían
tupidas coronas de narcisos bajo los árboles frutales. Los abedules
tenían ya una fina capa de encaje verde.
¡Era curioso ver cómo todo empezaba a crecer y brotar en esta
época del año! ¿Cuál era la causa de que kilos y kilos de esa
materia vegetal verde saliera a chorros de la tierra inanimada en
cuanto las temperaturas subían y desaparecían los últimos restos de
nieve?
Sofía miró el buzón al abrir la verja de su jardín. Solía haber un
montón de cartas de propaganda, además de unos sobres grandes
para su madre. Tenía la costumbre de dejarlo todo en un montón
sobre la mesa de la cocina, antes de subir a su habitación para
hacer los deberes.
A su padre le llegaba únicamente alguna que otra carta del banco,
pero no era un padre normal y corriente. El padre de Sofía era
capitán de un gran petrolero y estaba ausente gran parte del año.
Cuando pasaba en casa unas semanas seguidas, se paseaba por ella
haciendo la casa mas acogedora para Sofía y su madre. Por otra
parte, cuando estaba navegando resultaba a menudo muy distante.
Ese día sólo había una pequeña carta en el buzón, y era para Sofía.
«Sofía Amundsen», ponía en el pequeño sobre. «Camino del
Trébol 3. Eso era todo, no ponía quién la enviaba. Ni siquiera tenía
sello.
En cuanto hubo cerrado la puerta de la verja, Sofía abrió el sobre.
Lo único que encontró fue una notita, tan pequeña como el sobre
que la contenía. En la notita ponía: ¿Quién eres?
No ponía nada más. No traía ni saludos ni remitente, sólo esas dos
palabras escritas a mano con grandes interrogaciones.
Volvió a mirar el sobre. Pues sí, la carta era para ella. ¿Pero quién
la había dejado en el buzón?
Sofía se apresuró a sacar la llave y abrir la puerta de la casa pintada
de rojo. Como de costumbre, al gato Sherekan le dio tiempo a salir
de entre los arbustos, dar un salto hasta la escalera y meterse por la
puerta antes de que Sofía tuviera tiempo de cerrarla.
–¡Misi, misi, misi!
Cuando la madre de Sofía estaba de mal humor por alguna razón,
decía a veces que su hogar era como una casa de fieras, en otras
palabras, una colección de animales de distintas clases. Y por
cierto, Sofía estaba muy contenta con la suya. Primero le habían
regalado una pecera con los peces dorados Flequillo de Oro,
Caperucita Roja y Pedro el Negro. Luego tuvo los periquitos Cada
y Pizca, la tortuga Govinda y finalmente el gato atigrado Sherekan.
Había recibido todos estos animales como una especie de
compensación por parte de su madre, que volvía tarde del trabajo,
y de su padre, que tanto navegaba por el mundo.
Sofía se quitó la mochila y puso un plato con comida para
Sherekan. Luego se dejó caer sobre una banqueta de la cocina con
la misteriosa carta en la mano.
¿Quién eres?
En realidad no lo sabía. Era Sofía Amundsen, naturalmente, pero
¿quién era eso? Aún no lo había averiguado del todo.
¿Y si se hubiera llamado algo completamente distinto? Anne
Knutsen, por ejemplo. ¿En ese caso, habría sido otra?
De pronto se acordó de que su padre había querido que se llamara
Synnove. Sofía intentaba imaginarse que extendía la mano
presentándose como Synnove Amundsen, pero no, no servía. Todo
el tiempo era otra chica la que se presentaba.
Se puso de pie de un salto y entró en el cuarto de baño con la
extraña carta en la mano. Se coloco delante del espejo, y se miró
fijamente a sí misma.
–Soy Sofía Amundsen –dijo.
La chica del espejo no contestó ni con el más leve gesto. Hiciera lo
que hiciera Sofía, la otra hacia exactamente lo mismo. Sofía
intentaba anticiparse al espejo con un rapidísimo movimiento, pero
la otra era igual de rápida.
–¿Quién eres? –preguntó.
No obtuvo respuesta tampoco ahora, pero durante un breve instante
llegó a dudar de si era ella o la del espejo la que había hecho la
pregunta.
Sofía apretó el dedo índice contra la nariz del espejo y dijo:
–Tú eres yo:
Al no recibir ninguna respuesta, dio la vuelta a la pregunta y dijo:
–Yo soy tu.
Sofía Amundsen no había estado nunca muy contenta con su
aspecto. Le decían a menudo que tenía bonitos ojos almendrados,
pero seguramente se lo dirían porque su nariz era demasiado
pequeña y la boca un poco grande. Además, tenía las orejas
demasiado cerca de los ojos. Lo peor de todo era ese pelo liso que
resultaba imposible de arreglar. A veces su padre le acariciaba el
pelo llamándola la muchacha de los cabellos de lino», como la
pieza de música de Claude Debussy. Era fácil para él, que no
estaba condenado a tener ese pelo negro colgando durante toda su
vida. En el pelo de Sofía no servían ni el gel ni el spray.
A veces pensaba que le había tocado un aspecto tan extraño que se
preguntaba si no estaría mal hecha. Por lo menos había oído hablar
a su madre de un parto difícil. ¿Era realmente el parto lo que
decidía el aspecto que uno iba a tener?
¿No resultaba extraño el no saber quien era? ¿No era también
injusto no haber podido decidir su propio aspecto? Simplemente
había surgido así como así. A lo mejor podría elegir a sus amigos,
pero no se había elegido a sí misma. Ni siquiera había elegido ser
un ser humano.
¿Qué era un ser humano?
Sofía volvió a mirar a la chica del espejo.
–Creo que me subo para hacer los deberes de naturales –dijo, como
si quisiera disculparse. Un instante después, se encontraba en la
entrada.
No, prefiero salir al jardín, pensó.
–¡Misi, misi, misi, misi!
Sofía cogió al gato, lo sacó fuera y cerró la puerta tras ella.
Cuando se encontró en el caminito de gravilla con la misteriosa
carta en la mano, tuvo de repente una extraña sensación. Era como
si fuese una muñeca que por arte de magia hubiera cobrado vida.
¿No era extraño estar en el mundo en este momento, poder caminar
como por un maravilloso cuento?
Sherekan saltó ágilmente por la gravilla y se metió entre unos
tupidos arbustos de grosellas. Un gato vivo, desde los bigotes
blancos hasta el rabo juguetón en el extremo de su cuerpo liso.
También él estaba en el jardín, pero seguramente no era consciente
de ello de la misma manera que Sofía.
Conforme Sofía iba pensando en que existía, también le daba por
pensar en el hecho de que no se quedaría aquí eternamente.
Estoy en el mundo ahora, pensó. Pero un día habré desaparecido
del todo.
¿Habría alguna vida mas allá de la muerte? El gato ignoraría
también esa cuestión por completo?
La abuela de Sofía había muerto hacía poco. Casi a diario durante
medio año había pensado cuánto la echaba de menos. ¿No era
injusto que la vida tuviera que acabarse alguna vez?
En el camino de gravilla Sofía se quedó pensando. Intentó pensar
intensamente en que existía para de esa forma olvidarse de que no
se quedaría aquí para siempre. Pero resultó imposible. En cuanto se
concentraba en el hecho de que existía, inmediatamente surgía la
idea del fin de la vida. Lo mismo pasaba a la inversa: cuando había
conseguido tener una fuerte sensación de que un día desaparecería
del todo, entendía realmente lo enormemente valiosa que es la
vida. Era como la cara y la cruz de una moneda, una moneda a la
que daba vueltas constantemente. Cuanto más grande y nítida se
veía una de las caras, mayor y más nítida se veía también la otra.
La vida y la muerte eran como dos caras del mismo asunto.
No se puede tener la sensación de existir sin tener también la
sensación de tener que morir, pensó. De la misma manera, resulta
igualmente imposible pensar que uno va a morir, sin pensar al
mismo tiempo en lo fantástico que es vivir.
Sofía se acordó de que su abuela había dicho algo parecido el día
en que el médico le había dicho que estaba enferma. Hasta ahora
no he entendido lo valiosa que es la vida», había dicho.
¿No era triste que la mayoría de la gente tuviera que ponerse
enferma para darse cuenta de lo agradable que es vivir?
¿Necesitarían acaso una carta misteriosa en el buzón?
Quizás debiera mirar si había algo más en el buzón. Sofía corrió
hacia la verja y levantó la tapa verde. Se sobresaltó al descubrir un
sobre idéntico al primero. ¿Se había asegurado de mirar si el buzón
se había quedado vacío del todo la primera vez?
También en este sobre ponía su nombre. Abrió el sobre y sacó una
nota igual que la primera.
¿De dónde viene el mundo?, ponía.
No tengo la más remota idea, pensó Sofía. Nadie sabe esas cosas,
supongo. Y sin embargo, Sofía pensó que era una pregunta
justificada. Por primera vez en su vida pensó que casi no tenía
justificación vivir en un mundo sin preguntarse siquiera de dónde
venía ese mundo.
Las cartas misteriosas la habían dejado tan aturdida que decidió ir a
sentarse al Callejón.
El Callejón era el escondite secreto de Sofía. Solo iba allí cuando
estaba muy enfadada, muy triste o muy contenta. Ese día sólo
estaba confundida.
La casa roja estaba dentro de un gran jardín. Y en el jardín había
muchas partes, arbustos de bayas, diferentes frutales, un gran
césped con mecedora e incluso un pequeño cenador que el abuelo
le había construido a la abuela cuando perdió a su primer hijo, a las
pocas semanas de nacer. La pobre pequeña se llamaba Marie. En la
lápida ponía: «La pequeña Marie llegó, nos saludó y se dio la
vuelta.En un rincón del jardín, detrás de todos los frambuesos, había una
maleza tupida donde no crecían ni flores ni frutales. En realidad,
era un viejo seto que servía de frontera con el gran bosque, pero
nadie lo había cuidado en los últimos veinte años, y se había
convertido en una maleza impenetrable. La abuela había contado
que el seto había dificultado el paso a las zorras que durante la
guerra venían a la caza de las gallinas que andaban sueltas por el
jardín.
Para todos menos para Sofía, el viejo seto resultaba tan inútil como
las jaulas de conejos dentro del jardín. Pero eso era porque no
conocían el secreto de Sofía.
Desde que Sofía podía recordar, había conocido la existencia del
seto. Al atravesarlo encogida, llegaba a un espacio grande y abierto
entre los arbustos. Era como una pequeña cabaña. Podía estar
segura de que nadie la encontraría allí.
Sofía se fue corriendo por el jardín con las dos cartas en la mano.
Se tumbó para meterse por el seto. El Callejón era tan grande que
casi podía estar de pie, pero ahora se sentó sobre unas gruesas
raíces. Desde allí podía mirar hacia fuera a través de un par de
minúsculos agujeros entre las ramas y las hojas. Aunque ninguno
de los agujeros era mayor que una moneda de cinco coronas, tenía
una especie de vista panorámica de todo el jardín. De pequeña, le
gustaba observar a sus padres cuando andaban buscándola entre los
árboles.
A Sofía el jardín siempre le había parecido un mundo en sí. Cada
vez que oía hablar del jardín del Edén en el Génesis, se imaginaba
sentada en su Callejón contemplando su propio paraíso.
«¿De dónde viene el mundo?»
Pues no lo sabía. Sofía sabía que la Tierra no era sino un pequeño
planeta en el inmenso universo. ¿Pero de dónde venía el universo?
Podría ser, naturalmente, que el universo hubiera existido siempre;
en ese caso, no sería preciso buscar una respuesta sobre su
procedencia. ¿Pero podía existir algo desde siempre? Había algo
dentro de ella que protestaba contra eso. Todo lo que es, tiene que
haber tenido un principio, ¿no? De modo que el universo tuvo que
haber nacido en algún momento de algo distinto.
Pero si el universo hubiera nacido de repente de otra cosa, entonces
esa otra cosa tendría a su vez que haber nacido de otra cosa. Sofía
entendió que simplemente había aplazado el problema. Al fin y al
cabo, algo tuvo que surgir en algún momento de donde no había
nada de nada. ¿Pero era eso posible? ¿No resultaba eso tan
imposible como pensar que el mundo había existido siempre?
En el colegio aprendían que Dios había creado el mundo, y ahora
Sofía intentó aceptar esa solución al problema como la mejor. Pero
volvió a pensar en lo mismo. Podía aceptar que Dios había creado
el universo, pero y el propio Dios, ¿qué? ¿Se creó él a sí mismo
partiendo de la nada? De nuevo había algo dentro de ella que se
rebelaba. Aunque Dios seguramente pudo haber creado esto y
aquello, no habría sabido crearse a si mismo sin tener antes un sí
mismo» con lo que crear. En ese caso, sólo quedaba una
posibilidad: Dios había existido siempre. ¡Pero si ella ya había
rechazado esa posibilidad! Todo lo que existe tiene que haber
tenido un principio.
–¡Caray!
Vuelve a abrir los dos sobres.
¿Quién eres?
¿De dónde viene el mundo?»
¡Qué preguntas tan maliciosas! ¿Y de dónde venían las dos cartas?
Eso era casi igual de misterioso
¿Quién había arrancado a Sofía de lo cotidiano para de repente
ponerla ante los grandes enigmas del universo?
Por tercera vez Sofía se fue al buzón.
El cartero acababa de dejar el correo del día. Sofía recogió un
grueso montón de publicidad, periódicos y un par de cartas para su
madre. También había una postal con la foto de una playa del sur.
Dio la vuelta a la postal. Tenía sellos noruegos y un sello en el que
ponía Batallón de las Naciones Unidas». ¿Sería de su padre? ¿Pero
no estaba en otro sitio? Además, no era su letra.
Sofía notó que se le aceleraba el pulso al leer el nombre del
destinatario: Hilde Moller Knag c/o Sofía Amundsen, Camino del
Trébol 3...”. La dirección era la correcta. La postal decía:
Querida Hilde: Te felicito de todo corazón por tu decimoquinto
cumpleaños. Cómo puedes ver, quiero hacerte un regalo con el que
podrás crecer. Perdóname por enviar la postal a Sofía. Resulta
más fácil así.
Con todo cariño, papá.
Sofía volvió corriendo a la cocina. Sentía como un huracán dentro
de ella.
¿Quién era esa Hilde que cumplía quince años poco más de un mes
antes del día en que también ella cumplía quince años?
Sofía cogió la guía telefónica de la entrada. Había muchos Møller
Knag.
Volvió a estudiar la misteriosa postal. Sí, era autentica, con sello y
matasellos.
¿Porqué un padre iba a enviar una felicitación a la dirección de
Sofía cuando estaba clarísimo que iba destinada a otra persona?
¿Qué padre privaría a su hija de la ilusión de recibir una tarjeta de
cumpleaños enviándola a otras señas? ¿Por qué resultaba «más
fácil así»! Y ante todo: ¿cómo encontraría a Hilde?
De esta manera Sofía tuvo otro problema más en que meditar.
Intentó ordenar sus pensamientos de nuevo:
Esa tarde, en el transcurso de un par de horas, se había encontrado
con tres enigmas. Uno era quién había metido los dos sobres
blancos en su buzón. El segundo era aquellas difíciles preguntas
que presentaban esas cartas. El tercer enigma era quien era Hilde
Møller Knag y por qué Sofía había recibido una felicitación de
cumpleaños para aquella chica desconocida. (15)
Estaba segura de que los tres enigmas estaban, de alguna manera,
relacionados entre si, porque justo hasta ese día había tenido una
vida completamente normal.

El sombrero de copa

... lo único que necesitamos para convertirnos en buenos
filósofos es la capacidad de asombro...
Sofía dio por sentado que la persona que había escrito las cartas
anónimas volvería a ponerse en contacto con ella. Mientras tanto,
optó por no decir nada a nadie sobre este asunto.
En el instituto le resultaba difícil concentrarse en lo que decía el
profesor; le parecía que sólo hablaba de cosas sin importancia.
¿Porqué no hablaba de lo que es el ser humano, o de lo que es el
mundo y de cual fue su origen?
Tuvo una sensación que jamás había tenido antes: en el instituto y
en todas partes la gente se interesaba solo por cosas más o menos
fortuitas. Pero también había algunas cuestiones grandes y difíciles
cuyo estudio era mucho mas importante que las asignaturas
corrientes del colegio.
¿Conocía alguien las respuestas a preguntas de ese tipo? A Sofía, al
menos, le parecía mas importante pensar en ellas que estudiarse de
memoria los verbos irregulares.
Cuando sonó la campana al terminar la ultima clase, salió tan
deprisa del patio que Jorunn tuvo que correr para alcanzarla.
Al cabo de un rato Jorunn dijo:
–¿Vamos a jugar a las cartas esta tarde?
Sofía se encogió de hombros.
–Creo que ya no me interesa mucho jugar a las cartas.
Jorunn puso una cara como si se hubiese caído la luna.
–¿Ah, no? ¿Quieres que juguemos al badmington?
Sofía mira fijamente al asfalto y luego a su amiga.
–Creo que tampoco me interesa mucho el badmington.
–¡Pues vale!
Sofía detectó una sombra de amargura en la voz de Jorunn.
–¿Me podrías decir entonces qué es lo que tan de repente es mucho
más importante?
Sofía negó con la cabeza.
–Es... es un secreto.
–¡Bah! ¡Seguro que te has enamorado!
Anduvieron un buen rato sin decir nada. Cuando llegaron al campo
de fútbol, Jorunn dijo:
–Cruzo por el campo.
«Por el campo.»Ese era el camino más rápido para Jorunn, el que
tomaba sólo cuando tenía que irse rápidamente a casa para llegar a
alguna reunión o al dentista.
Sofía se sentía triste por haber herido a su amiga. ¿Pero qué podría
haberle contestado? ¿Qué de repente le interesaba tanto quién era y
de donde surge el mundo que no tenía tiempo de jugar al
badmington? ¿Lo habría entendido su amiga?
¿Por qué tenía que ser tan difícil interesarse por las cuestiones más
importantes y, de alguna manera, más corrientes de todas?
Al abrir el buzón notó que el corazón le latía más deprisa. Al
principio, solo encontró una carta del banco v unos grandes sobres
amarillos para su madre. ¡Qué pena! Sofía había esperado ansiosa
una nueva carta del remitente desconocido.
Al cerrar la puerta de la verja, descubrió su nombre en uno de los
sobres grandes. Al dorso, por donde se abría, ponía:Curso de
filosofía. Trátese con mucho cuidado .
Sofía corrió por el camino de gravilla y dejó su mochila en la
escalera. Metió las demás cartas bajo el felpudo, salió corriendo al
jardín y buscó refugio en el Callejón. Ahí tenía que abrir el sobre
grande.
Sherekan vino corriendo detrás, pero no importaba. Sofía estaba
segura de que el gato no se chivaría.
En el sobre había tres hojas grandes escritas a maquina y unidas
con un clip. Sofía empezó a leer.

¿Qué es la filosofía?

Querida Sofía. Muchas personas tienen distintos hobbies. Unas
coleccionan monedas antiguas o sellos, a otras les gustan las
labores, y otras emplean la mayor parte de su tiempo libre en la
práctica de algún deporte.
A muchas les gusta también la lectura. Pero lo que leemos es
muy variado. Unos leen sólo periódicos o cómics, a algunos les
gustan las novelas, y otros prefieren libros sobre distintos
temas, tales como la astronomía, la fauna o los inventos
tecnológicos.
Aunque a mí me interesen los caballos o las piedras preciosas,
no puedo exigir que todos los demás tengan los mismos
intereses que yo. Si sigo con gran interés todas las emisiones
deportivas en la televisión, tengo que tolerar que otros opinen
que el deporte es aburrido
¿Hay, no obstante, algo que debería interesar a todo el mundo?
¿Existe algo que concierna a todos los seres humanos,
independientemente de quiénes sean o de en qué parte del
mundo vivan? Sí, querida Sofía, hay algunas cuestiones que
deberían interesar a todo el mundo. Sobre esas cuestiones trata
este curso.
¿Qué es lo más importante en la vida? Si preguntamos a una
persona que se encuentra en el límite del hambre, la respuesta
será comida. Si dirigimos la misma pregunta a alguien que tiene
frío, la respuesta será calor. Y si preguntamos a una persona que
se siente sola, la respuesta seguramente será estar con otras
personas.
Pero con todas esas necesidades cubiertas, ¿hay todavía algo que
todo el mundo necesite? Los filósofos opinan que sí. Opinan que
el ser humano no vive sólo de pan. Es evidente que todo el
mundo necesita comer. Todo el mundo necesita también amor y
cuidados. Pero aún hay algo más que todo el mundo necesita.
Necesitamos encontrar una respuesta a quién somos y por qué
vivimos.
Interesarse por el por qué vivimos no es, por lo tanto, un interés
tan fortuito o tan casual como, por ejemplo, coleccionar sellos.
Quien se interesa por cuestiones de ese tipo está preocupado
por algo que ha interesado a los seres humanos desde que viven
en este planeta. El cómo ha nacido el universo, el planeta y la
vida aquí, son preguntas más grandes y más importantes que
quién ganó más medallas de oro en los últimos juegos olímpicos
de invierno.
La mejor manera de aproximarse a la filosofía es plantear
algunas preguntas filosóficas:
¿Cómo se creó el mundo? ¿Existe alguna voluntad o intención
detrás de lo que sucede? ¿Hay otra vida después de la muerte?
¿Cómo podemos solucionar problemas de ese tipo? Y, ante todo:
¿cómo debemos vivir?
En todas las épocas, los seres humanos se han hecho preguntas
de este tipo. No se conoce ninguna cultura que no se haya
preocupado por saber quiénes son los seres humanos y de
dónde procede el mundo.
En realidad, no son tantas las preguntas filosóficas que podemos
hacernos. Ya hemos formulado algunas de las más importantes.
No obstante, la historia nos muestra muchas respuestas
diferentes a cada una de las preguntas que nos hemos hecho.
Vemos, pues, que resulta más fácil hacerse preguntas filosóficas
que contestarlas.
También hoy en día cada uno tiene que buscar sus propias
respuestas a esas mismas preguntas. No se puede consultar una
enciclopedia para ver si existe Dios o si hay otra vida después de
la muerte. La enciclopedia tampoco nos proporciona una
respuesta a cómo debemos vivir. No obstante, a la hora de
formar nuestra propia opinión sobre la vida, puede resultar de
gran ayuda leer lo que otros han pensado.
La búsqueda de la verdad que emprenden los filósofos podría
compararse, quizás, con una historia policíaca. Unos opinan que
Andersen es el asesino, otros creen que es Nielsen o Jepsen.
Cuando se trata de un verdadero misterio policíaco, puede que la
policía llegue a descubrirlo algún día. Por otra parte, también
puede ocurrir que nunca lleguen a desvelar el misterio. No
obstante, el misterio sí tiene una solución.
Aunque una pregunta resulte difícil de contestar puede, sin
embargo, pensarse que tiene una, y sólo una respuesta correcta.
O existe una especie de vida después de la muerte, o no existe.
A través de los tiempos, la ciencia ha solucionado muchos
antiguos enigmas. Hace mucho era un gran misterio saber cómo
era la otra cara de la luna. Cuestiones como ésas eran
difícilmente discutibles; la respuesta dependía de la imaginación
de cada uno. Pero, hoy en día, sabemos con exactitud cómo es la
otra cara de la luna. Ya no se puede «creer que hay un hombre en
la luna, o que la luna es un queso.
Uno de los viejos filósofos griegos que vivió hace más de dos mil
años pensaba que la filosofía surgió debido al asombro de los
seres humanos. Al ser humano le parece tan extraño existir que
las preguntas filosóficas surgen por sí solas, opinaba él.
Es como cuando contemplamos juegos de magia: no entendemos
cómo puede haber ocurrido lo que hemos visto. Y entonces nos
preguntamos justamente eso: ¿cómo ha podido convertir el
prestidigitador un par de pañuelos de seda blanca en un conejo
vivo?
A muchas personas, el mundo les resulta tan inconcebible como
cuando el prestidigitador saca un conejo de ese sombrero de
copa que hace un momento estaba completamente vacío.
En cuanto al conejo, entendemos que el prestidigitador tiene que
habernos engañado. Lo que nos gustaría desvelar es cómo ha
conseguido engañarnos. Tratándose del mundo, todo es un poco
diferente. Sabemos que el mundo no es trampa ni engaño, pues
nosotros mismos andamos por la Tierra formando una parte del
mismo. En realidad, nosotros somos el conejo blanco que se saca
del sombrero de copa. La diferencia entre nosotros y el conejo
blanco es simplemente que el conejo no tiene sensación de
participar en un juego de magia. Nosotros somos distintos.
Pensamos que participamos en algo misterioso y nos gustaría
desvelar ese misterio.
P. D. En cuanto al conejo blanco, quizás convenga compararlo con
el universo entero. Los que vivimos aquí somos unos bichos
minúsculos que vivimos muy dentro de la piel del conejo. Pero
los filósofos intentan subirse por encima de uno de esos fines
pelillos para mirar a los ojos al gran prestidigitador.
¿Me sigues, Sofía? Continúa.
Sofía estaba agotada. ¿Si le seguía? No recordaba haber respirado
durante toda la lectura.
¿Quién había traído la carta? ¿Quién, quién?
No podía ser la misma persona que había enviado la postal a Hilde
Møller Knag, pues la postal llevaba sello y matasellos. El sobre
amarillo había sido metido directamente en el buzón, igual que los
dos sobres blancos.
Sofía miró el reloj. Sólo eran las tres menos cuarto. Faltaban casi
dos horas para que su madre volviera del trabajo.
Sofía salió de nuevo al jardín y se fue corriendo hacia el buzón. ¿Y
si había algo más?
Encontró otro sobre amarillo con su nombre. Miró a su alrededor,
pero no vio a nadie. Se fue corriendo hacia donde empezaba el
bosque y miró fijamente al sendero.
Tampoco ahí se veía un alma.
De repente, le pareció oír el crujido de alguna rama en el interior
del bosque. No estaba totalmente segura, sería imposible, de todos
modos, correr detrás si alguien intentaba escapar.
Sofía se metió en casa de nuevo y dejó la mochila y el correo para
su madre. Subió deprisa a su habitación, sacó la caja grande donde
guardaba las piedras bonitas, las echó al suelo y metió los dos
sobres grandes en la caja. Luego volvió al jardín con la caja en los
brazos. Antes de irse, sacó comida para Sherekan.
De vuelta en el Callejón, abrió el sobre y sacó varias nuevas hojas
escritas a maquina. Empezó a leer.

1 comentario:

  1. ese libro es muy bonito y curioso, lo lees al comienzo y quedas con la intriga de seguir y seguir....recomendado, yo lo tengo y voy ya en el capitulo 2 y es muy economico en verdad es super recomendadoooo, y sobre todo....LA LECTURA TE HACE INTELIGENTE Y ESTE TIPO DE LECTURA AUN MAS :D

    ResponderEliminar